miércoles, 27 de marzo de 2019

LXI - Un relato onírico desde Macondo

Finalmente llegamos los tres viajeros a la vetusta y rustica taberna de entre caminos
y fatigados hasta la mas absoluta hartumbre de tanta caminata,
entramos en aquel local sin detenerse a tomar detalle alguno digno de recordar.

In taberna quando sumus...
La taberna, edificio antediluviano donde los hubiere en aquella campiña, poseía un encalado que había aguantado bien el transcurrir del tiempo, aunque las viejas piedras del revestimiento habianse deteriorado
con el paso de las mil estaciones y se habían cedido  finalmente a las bellas curvas de la vejez.

Sin embargo el calor que emanaba de dentro, habría de permanecer impertérrito en el recuerdo de todos aquellos que la visitasen alguna vez en su vida; el antro donde se reunían todos los cazarrecompensas habidos y pro haber, sedientos de cualquier nuevo punto al que llegar.

Bélbretch e Ishbel (mis acompañantes esa noche)  se adentraron
sin dudarlo un solo instante entre la calaña
formada por  gigantes y amenazadores barbudos mientras yo me dirigí a un patio interno del barucho, cuya entrada se encontraba en la pared siniestra del edificio, donde entonces la reconocí entre los grupos que rezongaban charlatanería y cerveza en todas direcciones.








Charlando y riendo, pero sin reconocerme en absoluto e ignorandome
como aquel con el que nunca has cruzado palabra alguna,
comprendí entonces que, por alguna razón extraña nuestras circunstancias,
nuestra realidad o universo se habían tergiversado entre si,
y que aquella muchacha no era la Ishtar que yo conocía,
sino quizás yo me estuviere confundiendo aunque,
en total cognoscimiento de la situación en si,
me hallase totalmente seguro de tener al menos
esa relación memorizada de forma unilateral en mi sentir.

Me vi empelido entonces, no recuerdo a estas alturas si por consideración alguna de algún sonido extraño (según el trauma de mi posterior experiencia) o fue mera casualidad por el quebranto que, escapé hacia la puerta del tabernáculo, pensando tal vez en encender un rato la pipa cuando miré hacia el horizonte nocturno y lo vi aparecer en el cielo.




Preludio
Se formaba, en tiempo demasiado breve para considerarlo causa natural,
una columna de nubes girando dextrógiramente hacia la planicie,
como un tornado sin viento aparente, allá en una colina desnuda
de la que nos separaban apenas unas leguas en la distancia.
Y proseguido de  una fuerza del todo desconocida, los ahumantes parroquianos nos quedamos boquipláticos al ver descender por aquella divina columna una multitud de rayos furiosos que seguían su figura hasta el suelo, condenando cualquier pobre vida que allí aconteciera haber.





Pocos segundos después, mientras la algarabía interna y externa empezaban
a cruzar palabras y chabacano griterío sobre sus propios asombros, vimos la segunda...

Esta no comenzó a crecer de forma perpendicular hacia el suelo sino que, por alguna maldita razón empezó a recorrer desde el mismo primer nacimiento hacia nosotros una siniestra guía de nubes, tan negras como el destino que auguraban  a aquel que personalmente se cruzase en su camino.
Y nos apartamos, vaya si nos apartamos. Como alma que viere al diablo acercarse para su última petición eterna, en todas las direcciones humanamente posibles con mejor o peor acierto.
Siendo yo mismo uno de los últimos.

Una manceba que sin embargo y por alguna razón había ignorado
el primer funesto aviso divino, se hallaba mirandonos con desconcierto mientras ponía espaldas a su condena,
que se acercaba con la velocidad de un uro enforriscado
y la golpeó con tal eléctrica furia, que el rayo quédose mantenido
ante nuestros ojos durante lo que nos parecía una eternidad.



La desconocida manceba por milagro demoníaco o condena que nunca llegué a conocer, se lanzó entonces calle abajo en frenética carrera,
agitando sus brazos endiablada mientras gritaba.

- ¡¡Aquí mueroooooo!!

Dejando tras de sí, un áureo reguero de electricidad fusionándose con las rocas del suelo teniendo yo después tan mala suerte que, en mi regreso para ver el desgraciado destino de la susodicha,
pasóme d'alguna forma su climatológica maldición a mi pierna diestra desde su rastro en el suelo,
y me sentí morir en aquella sucia calle de la campiña fruto de temblores que me sacudían en baile.


Life is just a dream, you know
Entonces desperté, empapado en sudor y embotado en las mantas.
Con el corazón vibrante de un colibrí pigmeo que ha quedado atrapado
en una telaraña cuyas vibraciones comienzan a ser mas regulares.

Nada había sido real y sin embargo, que onírica experiencia había marcado para mi el estigma de un dia de futuras ojeras.


Aun quedaban dos horas para el canto del gallo, y el inicio de la siguiente jornada.











Raiben

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