De un tiempo a esta parte, me cuesta bastante conciliar el sueño,
aunque siempre he sido un poco (bastante) noctámbulo todo hay que decirlo.
Es como un miedo a cerrar los ojos y aparecer en "mis" lugares y momentos idílicos,
ese miedo a despertar luego en un cuarto, con olor rancio a tabaco, con la boca hecha un cenicero
los pulmones con apariencia de autopista transitada por siglos de coches y el corazón desecho en humedales de ceniza, esputos y la desgana de levantarse un día mas.
Recuerdo una historia que vi en televisión una vez, en ella un tipo con apariencia de Conde de Montecristo descubrió que en sus sueños su amada fallecida se le aparecía, y eran tan reales y vividos que al final, decidió morir soñando, para mantener esa "segunda vida" hasta el fin de sus días.
Aun así no sueño, no puedo hacerlo y de haber sido al contrario no he podido recordarlos.
Mis noches, al igual que mis días se encuentran vacíos de guión.
El tabaco, como único e inseparable compañero, siempre está ahí, ahumando mis ojos de tal manera que llevo meses sin ver el sol, si es que sigue saliendo tras una ventana siempre cerrada.
Y aquí estoy, un día mas, un mes mas, un año mas, en una ciudad que me es extraña, con un estilo de vida sin argumento.
Como por apetencia, una vez o dos al día, según se tercie mi nicotinado estómago, regado a base de agua caliginosa y cerveza a partes desiguales y ennublo mi atención en vicios de poco calibre y hojas a medio borrar esperando el fin de la semana.
Y de nuevo a viajar, a volver al terruño, a las calles vacías entre la niebla nocturna que solo yo transito a horarios no muy bien considerados, acompañado de mas cigarros y música acorde al estado de animo de ese momento, que suele ser el mismo de siempre.
La verdad que le he cogido cariño a mi condición, una especie de necesidad melancólica de amor-odio, ya que, (llamenme masoquista) le he cogido gusto a que no me acompañe ni mi sombra, y no escuchar mas conversación que la queda sucesión de mis respiraciones.
A veces, como por mística necesidad, me levanto de la cama, me vuelvo a vestir y subo a la terraza, donde la gata se asoma hasta asegurarse de que no traigo comida para ella y vuelve escaleras abajo al almacén.
Allí, entre Zeppelins y Floyds consumo mis barritas de cáncer mirando al horizonte, a ese pequeño pueblo oscuro y silencioso en la noche, mientras el viento arrecia el chaquetón echado sobre mis hombros y me tomo algo frió sacado de la nevera, como probando mi fuerza contra los elementos.
Y es en esa terraza, ese "trocito de Eden" marchitado por el invierno, ese lugar donde las estaciones han bailado a mi son una y otra vez de distintas formas donde, al caer el sol, me siento "en casa".
Una vez satisfecho mi aparato de alquitrán, desciendo otra vez a la oscuridad de la habitación, a esa cama marcada con mi olor a través de los lustros, y una vez mas, cierro los ojos por unos momentos...
Raiben